
De todos los giros irónicos del capitalismo moderno, pocos son tan deliciosamente absurdos como este: los autos eléctricos de lujo, esos monumentos rodantes a la sostenibilidad elitista, están fallando. Estrepitosamente. Y no porque no puedan girar sobre sí mismos como trompos de feria o vadear charcos como hipopótamos futuristas, sino por algo mucho más sencillo y profundamente incómodo: nadie los quiere.
El Mercedes G580 eléctrico, por ejemplo, lo tiene todo… menos compradores. ¿Quién no querría pagar $162,000 por un SUV que imita, con altavoces, el rugido de un V8 que no tiene? Pues, al parecer, casi todo el mundo. Mercedes logró colocar apenas 1,450 unidades en Europa en lo que va del año, muy por debajo de las 9,700 versiones a gasolina. ¿Y en Estados Unidos? Malas noticias: los aranceles de hasta el 50% complican el plan de exportación como tabla de salvación.
Y no es solo Mercedes. Ferrari ha retrasado su segundo modelo eléctrico hasta, mínimo, 2028. Porsche está recortando su producción de Taycans, que hoy se venden usados por la mitad de su precio original. Audi directamente cerró la fábrica del Q8 E-Tron. Todos estos son síntomas de un virus que muchos en la industria se niegan a diagnosticar: la desconexión brutal entre lo que las marcas creen que queremos y lo que realmente estamos dispuestos a pagar.
Porque, seamos honestos, ¿quién necesita un tanque de 2.5 toneladas con 570 caballos para ir al Whole Foods? ¿Quién compra un G-Wagen eléctrico pensando en hacer travesías por el desierto cuando ni siquiera se atreven a salir del asfalto de Beverly Hills? La verdad, incómoda pero evidente, es que la mayoría de estos vehículos se compran como símbolos de estatus, no por sus prestaciones. Y si el símbolo se devalúa más rápido que un iPhone viejo, ¿qué sentido tiene?
Peter Wells, académico de la Universidad de Cardiff, lo dijo sin rodeos: “Los EVs premium necesitan baterías gigantes para igualar el rendimiento de los modelos a gasolina, y eso los hace absurdamente caros”. Y no necesariamente mejores. ¿Por qué pagar más por menos autonomía, menos capacidad de remolque y una estética que no convence ni a los más fanáticos del diseño alemán?
Mientras tanto, en el otro lado del mundo, China nos está dando una lección de humildad. Allí, casi el 40% de los EVs cuestan menos de $25,000. ¿La receta? Menos fuegos artificiales, más producción en masa. BYD y otras marcas ya entendieron que la verdadera revolución no llega desde el lujo, sino desde la accesibilidad. Como diría Dale Harrow, del Royal College of Art, «el lujo eléctrico no garantiza un mejor producto, solo un precio más alto». Y eso, en estos tiempos, ya no vende.
¿Y entonces? ¿Cómo se explica que las ventas globales de EVs estén en auge si los modelos de lujo se están pudriendo en los concesionarios? Fácil: lo que crece son los modelos pequeños, prácticos y baratos. Esos que no vienen con sonidos artificiales ni promesas de dominar la tundra. Esos que funcionan, simplemente, porque tienen sentido.
El error de fondo ha sido creer que el futuro se construye desde arriba. Que podíamos electrificar el Rolls Royce antes que el Corolla. Que si le poníamos una batería a un ícono, automáticamente lo convertiríamos en deseable. Pero el mercado, terco y despiadado como siempre, ha demostrado que no. Que no importa cuántas vueltas dé sobre sí mismo un G580 si no hay nadie esperándolo al final del truco.
Y tú, si tuvieras que elegir entre una revolución eléctrica para todos o una para los de siempre, ¿con cuál te quedas?
Fuentes:
- Wired: This Is Why High-End Electric Cars Are Failing
- IEA (Agencia Internacional de Energía): Global EV Outlook
- Handelsblatt: [Mercedes G580 flop report] (citada en el artículo de Wired)
- Auto Trader USA: Estadísticas de precios de Taycan usados (consultadas por Wired)
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