La Tregua del Tomate: Trump Descubre que los Votos (y las Cosechas) no se Recogen Solos


La gran revelación: la economía necesita trabajadores. Una pausa en la crueldad, patrocinada por la industria agrícola y el miedo a las urnas.
15 de junio de 2025
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Que nadie se alarme. No, no es que un arrebato de compasión haya asaltado de repente los pasillos de la Casa Blanca. Tampoco es que se haya producido un milagro humanitario. La noticia del día, esa que nos llega con el eco de un correo electrónico filtrado y la confirmación a regañadientes de funcionarios, es mucho más terrenal, más cínica y, por qué no decirlo, más reveladora. La Administración Trump ha decidido poner en «pausa» su cacería de inmigrantes. Pero no se confundan, no es por usted ni por ellos. Es por el brócoli. Y por los hoteles. Y, sobre todo, por esa cosa tan delicada llamada «popularidad».

Resulta que el presidente, en su cruzada por una pureza demográfica que solo existe en sus discursos, se ha topado con una verdad incómoda: alguien tiene que recoger las lechugas. Alguien tiene que limpiar las habitaciones de sus hoteles y servir las mesas en los restaurantes que tanto gustan a sus votantes. Y, ¡sorpresa!, esa mano de obra, esa que ha estado en el punto de mira de su política de «mano dura», es la misma que mantiene a flote industrias enteras.

La maquinaria se detuvo, o más bien, cambió de carril, este pasado jueves. Un email, esa forma tan aséptica y moderna de dictar el destino de miles, llegó a las bandejas de entrada del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE). La orden, según desveló The New York Times, era clara: «suspender todas las investigaciones/operaciones de cumplimiento de la ley en centros de trabajo en sector de agricultura (incluyendo acuicultura y plantas empacadoras de carne), restaurantes y hoteles”. ¿La justificación oficial? Tricia McLaughlin, portavoz del Departamento de Seguridad Nacional, nos regaló la perla de siempre: seguirán trabajando para sacar de las calles a «los peores delincuentes extranjeros ilegales». Un clásico.

Pero, ¿qué ha cambiado desde que, a su regreso a la Casa Blanca en enero, se diera la orden de alcanzar la cifra de 3.000 arrestos diarios? ¿Qué ha provocado este repentino ataque de pragmatismo? La respuesta no está en un cambio de corazón, sino en un cálculo frío. Las protestas, como las que han sacudido Los Ángeles durante más de una semana, empiezan a hacer ruido. Pero el verdadero estruendo proviene del campo, de estados como California, donde las redadas han dejado las cosechas pudriéndose por falta de manos. Los empresarios agrícolas y hoteleros, muchos de ellos pilares del electorado republicano, han debido alzar el teléfono. Y parece que su voz pesa más que la de miles de familias desmembradas.

Es fascinante, ¿no creen? La gran maquinaria de deportación, esa que se nos vendió como una herramienta indispensable para la seguridad nacional, se detiene no por imperativo moral, sino porque está perjudicando el negocio. La campaña de arrestos a discreción, esa que buscaba aterrorizar y expulsar a gran escala, resulta que estaba lastrando los beneficios y, peor aún, la popularidad del mandatario de cara a las legislativas del próximo año. El «Make America Great Again» parece que necesita, irónicamente, de aquellos a los que pretende expulsar.

Así que aquí estamos, en una tregua dictada no por la justicia, sino por la economía y la estrategia electoral. Una pausa que nos revela, sin querer, la columna vertebral de un sistema. No se trata de legalidad o ilegalidad, sino de utilidad. Mientras seas útil para la cosecha, para el hotel, para el voto… eres invisible. Cuando te conviertes en un número para cumplir una cuota, eres un «delincuente».

Y ahora, con esta nueva directriz en marcha, mientras los agentes de ICE redirigen su mirada, la pregunta que queda flotando en el aire es inevitable y profundamente incómoda.

Si la humanidad de una persona depende de su valor económico o electoral, ¿cuánto vale realmente la nuestra?


Fuentes que te harán dudar de todo (o al menos, verificarlo todo):