
Imagina que la inteligencia —esa cualidad que llevamos como medalla y excusa para sentirnos dueños del mundo— no es tan exclusiva como nos han hecho creer. Imagina que, mientras tú intentas recordar tus contraseñas o justificar tu existencia en una reunión de Zoom, un cuervo del otro lado del planeta está resolviendo un problema complejo con una rama improvisada y una mirada que no necesita aprobación.
No es ciencia ficción. Es biología. Y tal vez, un poco de justicia poética.
Durante décadas, los humanos nos hemos contemplado en el espejo de la evolución con una arrogancia monumental. Hemos escrito tratados, construido máquinas y diseñado algoritmos que simulan decisiones que ni nosotros entendemos del todo. Y mientras tanto, desde un árbol cualquiera, un ave con un cerebro de apenas 10 gramos realiza operaciones que pondrían en aprietos a un niño promedio de primaria.
“¿Cómo es posible?”, se preguntó Onur Güntürkün, neurocientífico de la Universidad Ruhr de Bochum, Alemania. Es la pregunta que desmorona siglos de complacencia antropocéntrica. La misma que llevó a los neuroanatomistas del siglo pasado a despreciar las capacidades de las aves por no tener una neocorteza como la nuestra, ese altar de seis capas donde se supone habita la razón.
Pero las aves no pidieron permiso para evolucionar su propia manera de pensar. No replicaron nuestra arquitectura neuronal. No consultaron nuestros manuales de biología. Simplemente lo hicieron. A su modo.
En 1969, Harvey Karten, desde el MIT, levantó la ceja académica al descubrir que los cerebros de palomas y gallinas compartían patrones con la neocorteza humana. No en forma, sino en función. Y aunque su hallazgo remeció las bases del pensamiento neuroevolutivo, su conclusión era aún conservadora: tal vez aves y mamíferos heredaron su inteligencia de un ancestro común, un lagarto prehistórico de hace 320 millones de años.
Luis Puelles, desde España, vino luego a patear el tablero. Comparando embriones, halló que las estructuras cerebrales de aves y mamíferos no nacían del mismo lugar. Ergo: evolucionaron de forma independiente. Mismo resultado, distinto camino. ¿Te suena familiar? Pasa con las pirámides egipcias y las americanas. Con los ojos de los pulpos. Con el vuelo. Con el pensamiento.
Dos estudios recientes publicados en Science (febrero de 2025) —uno encabezado por Fernando García-Moreno en el País Vasco, el otro por Bastienne Zaremba en Heidelberg— lo confirman: la inteligencia vertebrada emergió al menos dos veces en la historia de la Tierra. No como una repetición, sino como una convergencia. Las aves y los mamíferos construyeron cerebros complejos con ladrillos distintos. Pero lograron diseñar circuitos similares para pensar, recordar, planear, elegir.
La ironía es deliciosa: mientras nosotros discutimos sobre la supremacía humana en cafés filosóficos o podcasts de autoayuda, un carbonero sigue recordando la ubicación de 30.000 semillas escondidas meses atrás. Una cacatúa abre un contenedor con doble trampa sin un solo tutorial. Un cuervo fabrica herramientas como si llevara un máster en diseño industrial.
No hay un camino único hacia la inteligencia. No lo hay en la evolución biológica, y tampoco lo habrá en la artificial. ¿Y si la mejor IA no es la que simula un humano, sino la que piensa como un pájaro?
Niklas Kempynck, uno de los investigadores, lo resume con una frase que debería estar tatuada en la entrada de cada laboratorio de Silicon Valley: “No somos la solución óptima a la inteligencia”.
Tal vez lo hemos estado haciendo todo mal. Tal vez los algoritmos de Google deberían estudiar el cerebro de un petirrojo antes que el de un programador. Tal vez la clave para entender la conciencia —esa palabra inflada de ego y misterio— no está en replicarnos, sino en asumir que nunca fuimos únicos. Que sólo fuimos primeros… en contarlo.
Y tú, ¿de verdad crees que el pensamiento crítico empezó contigo?
Fuentes verificables:
— “Intelligence Evolved at Least Twice in Vertebrate Animals”, Quanta Magazine, 7 de abril de 2025. Disponible en: https://www.quantamagazine.org/intelligence-evolved-at-least-twice-in-vertebrate-animals-20250407/
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