
Si cree saber quién es Superman, quizá estés equivocado. Entre tanto marketing de mantas con su escudo y películas que lo convierten en un símbolo de moral insípida, se ha desvanecido un detalle esencial: alguna vez fue un furioso rebelde, un justiciero con puños de plomo y un corazón que latía al ritmo de la revolución.
Corre el año 1938. La Gran Depresión ha estrujado a millones de familias y Cleveland no es precisamente la cuna de los privilegiados. Dos jóvenes judíos –Jerry Siegel y Joe Shuster–, marginados de las profesiones respetables, deciden inventar un héroe que no pida permiso. ¿El resultado? Un extraterrestre musculoso que no dudaba en demoler tugurios con las manos desnudas y colgar políticos corruptos de los tobillos. ¿Su causa? Defender a los explotados. ¿Su método? La intimidación alegre y un repertorio de amenazas que hoy harían sudar frío a cualquier ejecutivo de DC Comics.
Para los que solo recuerdan al Superman que sonríe frente al sol de Kansas, esto suena como una blasfemia. Pero basta revisar las primeras páginas de Action Comics para toparse con escenas dignas de un manifiesto socialista: el Hombre de Acero aplastando relojes caros para insinuar lo que haría con un cuello humano, destruyendo fábricas por anteponer beneficios a vidas obreras, o arrancando confesiones a punta de sustos. ¿Quién necesitaba a Batman cuando Superman se comportaba como un superanarquista? Mark Waid, guionista e historiador, lo describió sin rodeos: “No era un super-policía, era un super-anarquista”.
Y aunque ahora regrese a los cines en la piel de David Corenswet –con un marketing que promete un Superman demasiado woke o demasiado sombrío según a quién se lea en Twitter–, pocos recuerdan que ese carácter desafiante es su versión más auténtica. Antes de convertirse en el gentil novio de Lois Lane, Superman era el puño cerrado de la cólera popular.
¿Qué pasó en el camino? Primero, el éxito. Cuando DC (entonces National Allied) descubrió que podían vender sábanas, cereales y muñecos con su imagen, el rebelde tuvo que ceder. Las ventas masivas eran incompatibles con un alienígena que amenazaba a millonarios. Luego llegó la Segunda Guerra Mundial. Siegel, reclutado por el ejército, abandonó las viñetas mientras Shuster perdía la vista. Cuando el polvo de la contienda se asentó, ambos habían dejado de controlar a su criatura. La ironía es brutal: los mismos hombres que escribieron sobre explotadores miserables fueron despojados de los derechos de su propia creación por un contrato de 130 dólares. Si alguien necesitaba un “campeón de los oprimidos”, eran ellos.
La posguerra trajo la censura. La histeria moral de los años 50 y el Comics Code Authority convirtieron a Superman en un modelo de corrección. Los villanos dejaron de ser banqueros y alcaldes; llegaron los alienígenas y los monstruos de laboratorio. Un cambio que su creador, Jerry Siegel, nunca aprobó del todo. Como relató Paul S. Hirsch en Pulp Empire, aquella industria estaba llena de outsiders –judíos, inmigrantes, mujeres– que solo querían ganarse la vida contando historias incómodas. Pero el capitalismo tiene una habilidad asombrosa: domesticar hasta a los dioses.
Hoy, mientras los tráilers de la nueva película intentan convencernos de que Superman es solo un amable centinela con calzoncillos rojos, conviene recordar que hubo un tiempo en que su mirada ardía con desprecio hacia los poderosos. Que no todo héroe nace para salvar el status quo. Y que incluso los íconos más relucientes pueden tener un pasado que incomode a quienes escriben la historia oficial.
Así que la próxima vez que veas ese escudo en el pecho, pregúntate: ¿qué versión de Superman preferirías? ¿El que recita discursos de postal o el que rompe puertas para exigir justicia?
Fuentes consultadas:
- BBC Culture. «How Superman started out as a radical rebel»
¿Y tú? ¿Qué harías si tu héroe favorito se quitara la máscara de boy scout y revelara que siempre fue un revolucionario?
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