Costa Rica: Las paredes oyen, los carros tienen GPS y el oficialismo se muerde la lengua


Cuando el que denuncia la vigilancia es uno de los suyos, el silencio se convierte en la confesión más ruidosa.
10 de junio de 2025
 / 

Image
 / 

Image


Hay preguntas que no se hacen en voz alta. Son interrogantes que viven en los pasillos susurrados del poder, en las miradas de reojo y en los silencios incómodos. Y luego está el diputado Manuel Morales, del partido de gobierno, rompiendo el pacto no escrito.

Imaginen la escena. Una comisión legislativa, el aire denso de formalidad. De un lado, Hans Sequeira, exdirector de la Dirección de Inteligencia y Seguridad (DIS), la policía política del país. Del otro, un diputado oficialista que, en lugar de cerrar filas, decide prenderle fuego a la pradera. La pregunta de Morales no fue una sugerencia, fue una estocada: le consultó, sin rodeos, si la DIS anda persiguiendo diputados. Si los espía a ellos o a sus familias.

La primera respuesta de Sequeira fue un manual de evasivas: “No sé a qué se refiere”.

Cualquiera habría dejado el tema morir ahí. Pero Morales no. El guion dio un giro inesperado. “La pregunta es clara”, le espetó, y como un director de escena exigiéndole a su actor, le ordenó: “véame otra vez”. El desafío estaba servido. El poder legislativo, encarnado en un miembro del propio oficialismo, le exigía la verdad al rostro del espionaje nacional.

“¿O los intimidan? ¿Los andan persiguiendo?”, repreguntó Morales.

La negativa posterior de Sequeira sonó hueca, tardía. No convenció al diputado y, para ser honestos, tampoco a nadie que haya observado la política costarricense por más de cinco minutos. Porque lo que pasó después, el lunes siguiente en el Plenario, fue la confirmación de que esa pregunta había tocado un nervio expuesto.

La jefa de fracción del Frente Amplio, Rocío Alfaro, calificó el asunto de “grave”, y de pronto, el tema que nació en una comisión se convirtió en el centro de un debate nacional de 30 minutos. Media hora en el reloj del Congreso para hablar de lo que hasta hace poco era una teoría de conspiración.

Y aquí es donde la trama se espesa.

El diputado Eli Feinzaig, del Liberal Progresista, no solo instó a Morales a llevar su miedo a los tribunales, sino que dejó caer la bomba: la razón de la vehemencia del oficialista podría tener que ver con un aparato GPS supuestamente encontrado en su carro. De repente, la persecución dejaba de ser una idea abstracta para convertirse en un dispositivo de rastreo, en la fría y tangible posibilidad de que el Estado use sus recursos para vigilar a sus propios legisladores.

Lo más irónico y revelador de todo este drama no son las voces de la oposición, que naturalmente se alzaron al unísono. Voces del Frente Amplio, del PUSC, de Nueva República y del Liberal Progresista firmaron una moción para interpelar al Ministro de la Presidencia. Lógico. Esperado.

No, lo verdaderamente ensordecedor fue el silencio.

Mientras el resto de fracciones usaba su tiempo para exigir respuestas, la bancada oficialista se convirtió en una estatua de sal. El propio Manuel Morales, el hombre que lanzó la piedra, no dijo una palabra. Sus compañeros se le acercaron, le hablaron al oído. Pilar Cisneros, figura fuerte del oficialismo, se le sentó a la par en un gesto que podría interpretarse de mil maneras: ¿apoyo, control de daños, una advertencia silenciosa?

Como bien dijo la diputada Alejandra Larios, del PLN: «Saquemos conclusiones».

Porque esta historia ya no es sobre si un exdirector de la DIS admitió o no algo. Es sobre un diputado del gobierno que denuncia, quizás sin querer, una práctica de policía política, para luego ser arropado por un mutismo corporativo. Es sobre el viejo adagio que resuena con fuerza en los pasillos de Cuesta de Moras: “Cuando el río suena, piedras trae”. Y esta vez, el río suena dentro de la propia casa de gobierno.

Otras diputadas, como Johana Obando y Cynthia Córdoba, ya habían hablado de seguimientos en el pasado. Pero que la denuncia venga de las propias filas del poder le da una dimensión completamente nueva. Es como descubrir que el guardián de la casa es quien te está vigilando las ventanas.

Así que la historia nos deja con una imagen potente: un diputado oficialista con un presunto GPS en la mano, un exjefe de espías que no sabe a qué se refieren, cuatro partidos de oposición exigiendo cuentas y una bancada de gobierno que calla. Un silencio que grita más fuerte que cualquier discurso.

En la ‘Suiza Centroamericana’, donde nos jactamos de no tener ejército, ¿quién vigila a los vigilantes? Y más inquietante aún: ¿qué pasa cuando el que denuncia la vigilancia es uno de ellos y, de pronto, se queda sin voz?


Fuentes para contrastar la narrativa: