
Israel Vail no es economista, pero sabe perfectamente cuándo su tiendita de abarrotes en Cajolá empieza a temblar: cuando en Estados Unidos se habla de elecciones… y de migrantes.
Vail no cruzó el desierto, pero sus tres hijos sí. No tienen papeles, pero sí trabajos en construcción. Lo que ganan allá, lo transforma él acá: en huevos, frijoles, azúcar… y esperanza. Porque eso es lo que compran las remesas en lugares como Cajolá, un pueblito del altiplano guatemalteco donde lo más parecido al desarrollo económico se llama Western Union.
No hay bancos. No hay empleo formal. No hay Estado.
Hay remesas.
Y ahora, hay miedo.
Porque desde Washington, un nuevo proyecto de ley impulsado por republicanos quiere imponer un impuesto del 5% a las transferencias de dinero que millones de migrantes —legales e indocumentados— envían cada mes a sus familias. El expresidente Donald Trump ha ido más lejos: prometió acabar con las remesas de quienes “no están autorizados”. En su red social, Truth Social, no detalla cómo… pero sí para qué: cortar el flujo económico que, según él, incentiva la inmigración ilegal.
Claro, desde una oficina con aire acondicionado, todo suena lógico.
Pero ¿quién paga realmente esa factura?
La respuesta está lejos del Capitolio y mucho más cerca del corazón de América Latina. Está en pueblos como Cajolá, donde las remesas no son un lujo, sino el oxígeno de una economía agonizante. Son la diferencia entre un niño que estudia o trabaja, entre una familia que come o migra, entre un futuro construido con bloques o cruzado a pie por el desierto de Arizona.
En 2023, las remesas enviadas desde Estados Unidos al mundo sumaron más de 656 mil millones de dólares. Solo México recibió 63.300 millones. Eso es más que cualquier inversión extranjera directa en la región. Pero los republicanos no están viendo eso. Están viendo votos.
Están vendiendo la narrativa de que ese dinero es producto de una actividad ilícita. Que lo mandan criminales, traficantes, «ilegales».
Pero se les olvida que entre quienes envían dinero están también trabajadores con visas, residentes permanentes, incluso ciudadanos.
Y que muchos negocios estadounidenses dependen de ellos.
¿O acaso creen que las cosechas se levantan solas?
¿O que las casas se construyen con discursos?
Gravar las remesas es como dispararle a tu propio pie y quejarte de que sangra el zapato. No solo afectará a los migrantes y a sus familias. También golpeará a los servicios de transferencia de dinero, a pequeños comercios en zonas rurales, y a la ya tambaleante economía estadounidense que depende, silenciosamente, de la fuerza laboral migrante.
Expertos como Manuel Orozco, del Diálogo Interamericano y Harvard, lo advierten: si cortas el flujo de remesas, no frenas la migración. La incentivas. Porque cuando un joven ya no ve oportunidades en su pueblo, hace maletas. Cuando el negocio de su padre quiebra, cruza la frontera.
Y esto no es teoría. Ya pasó. Vail lo vivió en carne propia cuando Trump ganó en 2016: las remesas cayeron, la gente guardó su dinero, y las ventas de su tienda se desplomaron. Si antes se llevaban arroz por quintales, ahora compran por libras. Si antes soñaban con construir, hoy temen con sobrevivir.
“Cuando no hay remesas, no hay futuro”, dice Vail. No lo dice con rabia, sino con esa tristeza resignada que solo entienden quienes ven cómo sus vidas quedan atrapadas entre muros políticos y cálculos electorales.
¿Y tú? ¿Todavía crees que gravar las remesas es solo un tema migratorio?
¿O ya empiezas a ver que es una bomba de tiempo con pasaporte estadounidense?
Fuentes verificables:
AP News – Migrantes y remesas: el nuevo blanco del plan republicano
https://apnews.com/article/migrantes-remesas-envios-impuesto-trump-13a631ff0ddea8e770207049a810e6ee
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