¿Un simple vuelo? Para una generación, sinónimo de pesadilla (y una película que lo sembró todo)


El regreso de la saga que traumatizó a los millennials, 25 años después, ¿sigue volando el miedo?
13 de mayo de 2025
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Por: X Mae

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¿Un simple vuelo? Para una generación, sinónimo de pesadilla (y una película que lo sembró todo)

¿Alguna vez te has abrochado el cinturón en un avión y, por una fracción de segundo, una imagen escalofriante ha cruzado tu mente? Una explosión, el metal retorciéndose, la certeza ineludible de un final abrupto. Si la respuesta es sí, es muy probable que seas parte de la generación marcada por una película que, hace un cuarto de siglo, transformó la cotidianidad en una trampa mortal: Destino Final.

Corría el año 2000. El nuevo milenio apenas despuntaba y, en las salas de cine, no había asesinos enmascarados ni criaturas sobrenaturales que acecharan en la oscuridad. El terror, en Destino Final, tenía un rostro invisible pero omnipresente: la Muerte misma. Y su método era tan simple como aterrador: accidentes. No había escapatoria para aquellos jóvenes que, gracias a la premonición de uno de ellos, abandonaron el fatídico vuelo 180 justo antes de su desintegración. El problema, claro, es que a la Parca no le gustan los tramposos.

¿Quiénes eran esos jóvenes? Estudiantes de instituto, con la vida por delante, interpretados por rostros frescos como Devon Sawa y Ali Larter. ¿Cuándo comenzó esta pesadilla? En un aeropuerto, instantes antes del despegue. ¿Dónde? En algún lugar anónimo que pronto se convertiría en el epicentro de una macabra persecución. ¿Por qué? Porque habían osado desafiar el plan, el «diseño» de la Muerte, como sentenciaba el escalofriante personaje de William Bludworth, interpretado por el icónico Tony Todd.

La película no necesitó monstruos de CGI deslumbrantes. Su genialidad radicaba en convertir objetos cotidianos – una tendedero, un cuchillo de cocina, una simple fuga de agua – en instrumentos de un destino cruel y elaborado. ¿Cómo? A través de secuencias de accidentes tan ingeniosas como grotescas, inspiradas, según uno de sus productores, en los complejos mecanismos del caricaturista Rube Goldberg.

Para muchos millennials, como la cineasta Diana Ali Chire, la experiencia fue visceral. «Debía tener unos 15 años cuando la vi con mis amigos, y nos agarrábamos unos a otros», recuerda en una entrevista reciente. «Lo del avión fue simplemente genial, porque cada vez que subo a uno, pienso en Destino Final«. La película, ideada por el guionista Jeffrey Reddick tras leer una noticia sobre una mujer que evitó un accidente aéreo por una corazonada de su madre (un dato curioso que sembró la semilla de todo), se sumó a la ola del teen horror de finales de los 90, pero con un giro nihilista que la diferenció. Ya no había un psicópata con máscara, solo la implacable certeza de que la Muerte te encontraría, sin importar dónde te escondieras.

Mike Muncer, presentador del podcast Evolution of Horror, lo explica así: «Crecimos con las películas slasher de los 90, y todas tenían esa onda similar de jóvenes estrellas con un buen equilibrio entre lo aterrador y lo entretenido. Destino Final se sintió muy parte de esa ola». Pero su trama, tan oscura como impredecible, marcó un antes y un después. «Ya no teníamos un asesino enmascarado, no había motivo, solo ver morir a la gente de formas completamente inesperadas».

Tras el éxito de la original, llegaron cuatro secuelas que elevaron la apuesta en cuanto a la creatividad macabra de las muertes, hasta que la saga se tomó un respiro de 14 años. Ahora, Destino Final: Líneas de Sangre (Final Destination: Bloodlines) llega para, según sus directores, conectar todas las películas anteriores, tejiendo una red aún más intrincada del destino. ¿Cuál es la novedad? Esta vez, la historia sigue a una estudiante universitaria que intenta romper el ciclo de muertes que persigue a su familia desde una premonición fallida en los años 60.

La clave del impacto de Destino Final reside en esa sensación de que la amenaza acecha en lo ordinario. Una taza de café, un corte de pelo, incluso un camión cargado de troncos (una imagen icónica de la segunda entrega que aún genera «memes de camiones de troncos», según Reddick) pueden convertirse en presagios de un final sangriento. Y la ironía dramática de saber que los personajes caminan desprevenidos hacia su perdición es lo que mantiene al espectador al borde del asiento, gritándole a la pantalla ante un objeto inofensivo que pronto se transformará en un arma letal.

La elección de protagonistas adolescentes también fue un acierto estratégico, capitalizando el auge del género en la época y atrayendo a una audiencia joven con rostros conocidos. Y la presencia de Tony Todd, leyenda del terror por su papel en Candyman, añadió un aura de credibilidad oscura al universo de la película.

El éxito en taquilla fue rotundo, generando secuelas casi de inmediato. La idea de que las vidas están interconectadas, como se exploró en Destino Final 2, donde los supervivientes de la primera película influyen en el destino de un nuevo grupo, añadió una capa de complejidad a la mitología de la saga. Incluso se jugó con la línea temporal, como en Destino Final 5, que resultó ser una precuela de la original, cerrando el círculo de una manera escalofriante.

Ahora, con el estreno de Líneas de Sangre, la pregunta resuena: ¿seguirá la saga traumatizando a nuevas generaciones? ¿Logrará reinventarse sin perder la esencia que la convirtió en un fenómeno cultural? Incluso se han barajado ideas para futuras entregas ambientadas en barcos piratas o en un universo al estilo de Juego de Tronos, lo que demuestra la inagotable capacidad de la Muerte para encontrar nuevas formas de reclamar sus víctimas.

Al final, Destino Final nos recuerda una verdad incómoda: la muerte es el gran igualador. Y quizás, la verdadera maestría de la saga radica en hacernos mirar con recelo a ese ventilador de techo, a ese autobús que se acerca o, sí, a ese avión en el que estamos a punto de embarcar. Porque, como bien dice Diana Ali Chire, «si voy conduciendo y hay un camión con troncos delante de mí, cambio de carril».

¿Y tú, después de ver Destino Final, has desarrollado alguna «manía» para evitar el fatídico «accidente»? ¿Crees que esta nueva entrega logrará perturbar a la audiencia como lo hizo la original hace 25 años? ¡Déjanos tu comentario!

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