
No hay puertas, no hay salidas, no hay reloj. Solo luces que parpadean en sincronía con un beat que no existe en ningún lugar del mundo físico. Es sábado, o tal vez miércoles. Estás solo en tu cuarto, pero en el otro lado del visor… hay una fiesta salvaje.
Bienvenido a VRChat, el lugar donde los sueños electrónicos se cruzan con pesadillas químicas. Aquí no necesitas ID, no hay porteros que juzguen tu ropa ni colas para entrar al baño. Solo necesitas un visor, algo de ketamina, y la voluntad de perderte.
O’Rourke —38 años, IT en Dublín, introvertido, apenas 1.63 de estatura— no tenía muchos amigos en el mundo real. Tampoco muchos planes. Pero cuando descubrió que podía bailar 60 horas sin moverse de su apartamento, acompañado de cocaína, cannabis, alcohol y un avatar que nunca suda, encontró lo que muchos están buscando: una salida que no es salida.
Y no, no es una distopía de Black Mirror. Es tu vecino. Es tu hijo adolescente. Es esa enfermera de cuidados paliativos en Ohio que se transforma en una DJ fractal dentro de una rave lisérgica mientras esquiva agresiones sexuales con solo quitarse los lentes. Es Heelix, un alemán de 61 años con barriga y alma joven que encontró en el cuerpo de una waifu japonesa su nuevo escenario.
¿Dónde termina el juego y empieza la vida?
La pandemia no solo cerró discotecas. También abrió portales. Antes de 2020, apenas 20,000 usuarios estaban conectados simultáneamente en VRChat. Hoy, hay más de 130,000 bailando al mismo tiempo en mapas diseñados para alterar la percepción. ¿Quién necesita Amsterdam cuando puedes tener tu propio festival en el salón?
Claro, hay reglas. Pero nadie las sigue. VRChat prohíbe contenido pornográfico explícito, pero las habitaciones privadas cuentan otra historia: strip clubs virtuales, bailarinas que reciben propinas en criptomonedas, avatares con genitales personalizables y «colisiones físicas» para simular sexo. Todo perfectamente ilegal, hasta que alguien reporta… o se le olvida.
Y mientras los clubes físicos en Nueva York o Londres cierran por ruido, impuestos o simple desinterés, los metaclubs como Shelter o Euro-Corp florecen en bits y beats. ¿La entrada? Gratuita. ¿El costo? Tu percepción del tiempo. Tu capacidad de autocontrol. Tu hígado, si eres como Heelix, que olvida lo borracho que está hasta quitarse el visor y ver su reflejo.
El problema no es la tecnología. El problema somos nosotros.
Porque, claro, también hay cosas buenas. Para muchos, es un refugio: la chica trans en el centro de un estado conservador. El joven deprimido en Países Bajos que conoció a su pareja en un rave virtual. Personas que encontraron sentido, identidad y comunidad cuando el mundo físico les cerró la puerta.
Pero ¿qué pasa cuando esa puerta nunca más vuelve a abrirse?
Cuando Luna recibió por correo un sustituto legal de MDMA enviado por un amigo de VR, lo celebró como un acto de amor. Y tal vez lo fue. Como también fue amor —o algo parecido— la noche en que O’Rourke se metió un “heroic dose” de hongos y no pudo distinguir si las alucinaciones estaban dentro del visor o dentro de su mente. Desde entonces, prefiere la ketamina. “Hace que VR se sienta más real.”
Y ahí está el punto. ¿Qué pasa cuando lo virtual se siente más real que la realidad? Cuando ya no necesitas salir de casa, ni hablar con desconocidos, ni soportar la ansiedad de un mundo que te exige adaptarte a normas, cuerpos, horarios. ¿Qué pasa cuando puedes bailar, beber, drogarte, amar y coger… sin jamás mostrar tu rostro?
Esto no es un artículo sobre drogas. Es un espejo.
Un espejo donde muchos no quieren mirar. Porque dentro del visor, puedes ser quien quieras. Pero también puedes olvidar quién eres. Puedes explorar tus deseos más profundos. Pero también perderte en ellos. Puedes huir de la soledad. O alimentarla hasta que ya no puedas distinguirla del silencio digital.
VRChat dice que se toma en serio la seguridad. Tiene moderadores. Tiene reportes. Tiene reglas. Pero, como en la vida real, la fiesta siempre tiene un rincón oscuro donde nadie está mirando.
Y tú, ¿ya sabes en qué esquina del metaverso te espera tu versión más honesta… o más rota?
Fuentes confiables y perturbadoramente reales:
WIRED – 60-Hour Dance Sessions, Simulated Sex, and Ketamine: Inside the World of Hardcore VR Ravers
https://www.wired.com/story/60-hour-dance-sessions-simulated-sex-and-ketamine-inside-the-world-of-hardcore-vr-ravers/
Imagen destacada: The Virtual Rave By embreate
Y tú, lector… ¿qué estás buscando cuando te pones los lentes?
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