
Recuerdo la última vez que alguien me miró a los ojos más de cinco segundos sin revisar su celular: fue en un velorio. Y ni siquiera era el de alguien cercano. Quizás por eso, cuando vi Adolescence en Netflix, no supe si aplaudir, llorar… o revisar WhatsApp a los veinte minutos.
Porque sí, esta serie es una provocación. Pero no una de esas que se arman con gritos o explosiones digitales. Adolescence desafía con algo mucho más subversivo: la paciencia. Cada uno de sus cuatro episodios —cuatro horas de una historia grabada sin cortes, sin filtros, sin atajos— es un acto de resistencia contra una era que nos ha convencido de que el silencio incomoda y que la lentitud es sinónimo de irrelevancia.
¿Quién tuvo la osadía? Stephen Graham, sí, ese mismo que conocemos por interpretar a tipos duros, pero que esta vez se desarma en cámara, como padre, como esposo, como alguien que —a pesar de todo— sigue haciendo planes para su cumpleaños mientras su hijo está preso por un crimen brutal.
Y no se trata solo de qué pasó o si el chico es culpable. Adolescence te pide algo mucho más incómodo: que observes cómo una familia, en medio del derrumbe, compra pintura. O canta “Take On Me” en un coche. O simplemente no dice nada. Porque, como diría David Adjmi, autor de la obra Stereophonic, “hay conocimiento en los detalles que parecen polvo en el aire”.
Es una narrativa que no grita, pero resuena. Que no da respuestas, pero te obliga a quedarte con las preguntas. ¿Por qué nos cuesta tanto estar presentes? ¿Qué se rompió en nosotros que no toleramos ocho minutos de viaje en auto sin que pase “algo”? ¿Desde cuándo vivir se volvió tan intolerable sin estimulación constante?
Fallon Goodman, psicóloga y directora del Laboratorio de Emoción y Resiliencia de la Universidad George Washington, lo explica sin rodeos: “Estamos siendo condicionados a interacciones filtradas y rápidas que implican estimulación constante”. Traducción: nos volvimos adictos a lo inmediato, y lo real —con su lentitud, sus titubeos y sus pausas incómodas— nos da urticaria.
Pero no siempre fue así. En Noruega, en 2009, una cámara grabó un tren viajando durante siete horas entre Bergen y Oslo. Fue un éxito. La gente se sentó a mirar cómo el paisaje cambiaba, cómo nada pasaba… y todo pasaba. Lo llamaron “Slow TV”. Aquí, en América, le decimos “aburrido” y seguimos haciendo scroll.
Y sin embargo, algo está cambiando. Obras como Public Obscenities, finalista del Pulitzer, y Stereophonic, ganadora del Tony, también se atreven a navegar lo cotidiano, a explorar las conversaciones pequeñas que sostienen lo que somos. En la banalidad, dicen, está la verdad. Y quizás también la belleza.
Porque ¿cuándo fue la última vez que te diste permiso de no hacer nada? ¿De escuchar sin pensar en responder? ¿De mirar sin buscar capturar el momento en una story?
Adolescence no es para todos. Y eso está bien. No está diseñada para quienes necesitan finales felices ni respuestas fáciles. Está hecha para quienes sospechan que el arte —el verdadero— no está en el clímax, sino en el parpadeo. En la pausa. En el espacio entre palabra y palabra.
Y quizás en la vida también sea así. Quizás Dios esté en los detalles, como dicen. O en el polvo que se ve al contraluz mientras nadie habla en un coche, camino a comprar pintura.
Fuentes consultadas:
- “Netflix’s ‘Adolescence’ Wants Viewers to Be OK With Boredom”, The New York Times, 2025
https://www.nytimes.com/2025/05/02/arts/television/adolescence-netflix-mundane-art-boredom.html - CBS News, entrevista con Thomas Hellum sobre “Slow TV”, 2017
- Estudio en SSM – Population Health, sobre tiempo social vs. tiempo en soledad, 2020
- Entrevistas con David Adjmi y Shayok Misha Chowdhury en The New York Times
- Imagen destacada: Netflix.
Y tú, cuándo fue la última vez que te aburriste… sin culpa?
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