Cuando un iPad secuestra un avión: ¿en qué momento perdimos el control?


461 pasajeros tuvieron que aterrizar de emergencia porque un asiento de clase ejecutiva y una tableta se declararon la guerra. ¿Hasta qué punto controlamos la tecnología… o nos controla ella a nosotros?
28 de abril de 2025
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Hay quienes todavía creen que los aviones caen solo por errores humanos o fallas mecánicas mayores. Pobres ilusos. Hoy, un simple iPad les demostraría lo contrario. El vuelo LH453 de Lufthansa, que partía tranquilamente de Los Ángeles rumbo a Múnich, tuvo que cambiar su mapa de ruta a la fuerza y aterrizar en Boston a las 2:30 a.m. del jueves. ¿La razón? Un asiento de clase ejecutiva y un iPad decidieron declararse la guerra.

No, no es una exageración, aunque ojalá lo fuera.

Todo empezó cuando un pasajero —cuyo nombre, como casi siempre en estos casos, quedó convenientemente en el anonimato— dejó caer su iPad y este quedó atrapado en los mecanismos del asiento. Hasta aquí, un accidente menor, ¿verdad? Pero lo que vino después reveló una fragilidad incómoda que preferimos ignorar: La batería de litio del dispositivo, sometida a presión, comenzó a mostrar signos visibles de deformación.

Y en el lenguaje de la aviación, «deformación» es solo otra palabra elegante para «potencial bomba de tiempo».

La tripulación, en comunicación con los controladores aéreos, no tardó en decidir lo que parecía impensable: Desviar un Boeing 747 que transportaba a 461 pasajeros por culpa de una tableta maltratada. Todo para evitar que el aparato entrara en «descontrol térmico», esa reacción en cadena en la que las baterías de litio sobrecalientan, explotan y, en cuestión de segundos, transforman una cabina presurizada en una trampa mortal a 10,000 metros de altura.

¿Suena extremo? Tal vez. Pero no olvidemos que hace apenas un año, un vuelo de Breeze Airways tuvo que aterrizar de emergencia porque una laptop decidió incendiarse a medio trayecto. Y eso era un avión con 88 pasajeros, no uno de casi medio millar.

Así que allí estaban: Pilotos entrenados en simuladores de última generación, sobrevolando el Atlántico, desviando una aeronave valuada en cientos de millones de dólares… porque un iPad había perdido su duelo contra un asiento de lujo.

Una vez en Boston, los técnicos de Lufthansa retiraron el dispositivo sin mayores incidentes. Un portavoz de la aerolínea se apresuró a aclarar que todo había sido una «medida puramente precautoria». Frase diplomática donde las haya. El vuelo pudo reanudar su viaje a Múnich unas horas después, aterrizando con solo tres horas de retraso. Nadie herido. Nadie en llamas. Solo una anécdota más para quienes aún creen que volar es cosa de presionar «modo avión» y dormir.

La verdadera pregunta es: ¿En qué momento permitimos que nuestra comodidad —esa necesidad urgente de cargar un dispositivo más, un gadget más— pusiera en jaque algo tan vasto, complejo y delicado como un avión comercial? ¿Acaso los avances que nos prometieron hacer todo más seguro terminaron por volvernos aún más vulnerables?

En un mundo en el que una tablet olvidada puede forzar a 461 personas a aterrizar de emergencia, quizá sea momento de replantearnos quién controla realmente nuestros cielos: ¿Los pilotos… o nuestros propios descuidos?

¿Qué opinas tú? ¿Estamos verdaderamente preparados para convivir con la tecnología que decimos dominar?


Fuentes:

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