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¿Infierno Propio? Cuando la Pantalla se Apaga y Solo Queda el Eco de Nuestras Decisiones


«Es un infierno, pero yo me lo busqué.» La frase, cruda y directa como un riff de guitarra distorsionado, perfora la falsa burbuja de distancia que a veces construimos entre «ellos» y «nosotros». ¿Quién no recuerda a Luis Lauretto, «Laurito» para una generación que creció con la vibrante energía de Junkie TV en
10 de abril de 2025
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«Es un infierno, pero yo me lo busqué.» La frase, cruda y directa como un riff de guitarra distorsionado, perfora la falsa burbuja de distancia que a veces construimos entre «ellos» y «nosotros». ¿Quién no recuerda a Luis Lauretto, «Laurito» para una generación que creció con la vibrante energía de Junkie TV en canal VM? Aquel rostro que nos colaba en el backstage del rock, que destilaba carisma y conocimiento musical, hoy nos devuelve la mirada desde las sombras de un infierno personal.

A principios de este año que corre (¿Ya 2025?), la noticia sacudió las redes y los corrillos de café en Costa Rica. El ícono televisivo, aquel que nos marcó el cuándo y el dónde debíamos sintonizar la mejor música, vivía en la calle, víctima de un alcoholismo que lo había despojado de todo. La imagen, difundida por un canal que lo encontró en San José, era un golpe al estómago. No era una celebridad distante cayendo en desgracia en un tabloide extranjero; era alguien nuestro, alguien que había resonado en nuestros propios televisores.

¿Por qué Lauretto, un hombre que aparentemente lo tenía todo, terminó así? Las razones, desgarradoramente humanas, se fueron desvelando: Pérdidas familiares encadenadas – la madre, la esposa, la hija – una tormenta perfecta que lo arrastró a la depresión y al abismo de la adicción. Un relato tan antiguo como la tragedia griega, pero con el eco familiar de nuestros propios dramas silenciados.

Luego vino la respuesta, la mano tendida de amigos y seguidores. El quién de esta historia se multiplicó en una red de apoyo que lo rescató de las calles y lo internó en un centro de rehabilitación un 16 de enero que marcó un nuevo comienzo. Y ahora, desde ese espacio de reconstrucción personal, Lauretto rompe el silencio en una entrevista con La Nación, accesible a través de esa misma ventana digital que antes le mostró un mundo de posibilidades y ahora le permite compartir su lenta pero firme recuperación.

«Tengo suerte de haber superado todo esto y, honestamente, me siento mejor física y mentalmente que nunca (…) Hoy amanecí mejor que ayer», confiesa. Palabras sencillas, pero cargadas de un peso sísmico para quienes conocen la tiranía de la dependencia. No hay victimismo en su relato, solo una asunción brutal de responsabilidad: «Yo me lo busqué«. Una frase que incomoda, que nos obliga a confrontar esa delgada línea que separa nuestras propias decisiones de sus posibles consecuencias.

El proceso, nos cuenta Lauretto, no es un camino de rosas. Es «cruzar de un infierno a otro». Sin atajos espirituales ni promesas vacías, su lucha es íntima, personal. «Es mi problema y lo resuelvo conmigo mismo«, sentencia. Una declaración de autonomía dolorosa, matizada por la honesta admisión de que no puede hacerlo solo. «No puedo cuidarme solo. No tengo familia, o al menos, no cuento con ellos«. La paradoja de la independencia forzada.

¿Y el futuro? En medio de la terapia y la introspección, Laurito mira hacia adelante. Una maestría en cine virtual, el anhelo de volver a esa pantalla que una vez lo catapultó. Paul André, director de VM, deja entrever la posibilidad de especiales de rock, un regreso a casa, aunque sea por temporadas. El cómo y el cuándo de ese retorno son aún inciertos, pendiendo de un hilo llamado recuperación y de la respuesta de un público que hoy lo mira con una mezcla de compasión y esperanza.

Pero más allá del devenir profesional de Laurito, su historia nos lanza una pregunta incómoda: ¿Hasta qué punto somos artífices de nuestros propios infiernos? ¿Es realmente tan sencillo como decir «él se lo buscó»? ¿O acaso la fragilidad humana, las heridas invisibles y las ausencias dolorosas nos acechan a todos, recordándonos que el brillo de la pantalla puede desvanecerse en cualquier momento, dejando solo el eco de nuestras decisiones en la oscuridad?

¿Qué responsabilidad colectiva tenemos ante las caídas de quienes alguna vez nos entretuvieron, nos informaron o simplemente, formaron parte de nuestra cotidianidad? ¿Es suficiente con la lástima fugaz o el comentario en redes sociales?

Autor: X Mae
Fuente:

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