Cuando Tomás adoptó a Max, un labrador dorado de tres años, estaba convencido de que entendía cada uno de sus estados de ánimo. «Cuando mueve la cola, está feliz. Cuando gruñe, está enojado. Cuando gime, necesita algo». Fácil, ¿no?
Pero un día, Tomás publicó un video en redes sociales que mostraba a Max con las orejas caídas y la cabeza gacha mientras él sostenía la correa en alto. «Le encanta salir a pasear», escribió. Sin embargo, un experto en comportamiento canino le dejó un comentario que lo dejó helado: «Tu perro no está emocionado. Está estresado».
¿Cómo es posible que no lo haya visto?
Una nueva investigación publicada en la revista Anthrozoös confirma lo que muchos dueños de perros no quieren admitir: no somos tan buenos interpretando sus emociones como creemos. El estudio, liderado por la investigadora Holly Molinaro en la Universidad Estatal de Arizona, reveló que las personas tienden a basar su comprensión del estado emocional de sus perros en el contexto de la situación, más que en las señales corporales reales del animal.
En el experimento, los participantes vieron videos de un perro reaccionando a distintos estímulos: una correa, un juguete, una aspiradora, una reprimenda. Cuando se les pidió evaluar las emociones del perro, los observadores confiaron más en lo que creían que estaba ocurriendo que en lo que realmente mostraba el animal. Y aquí viene lo alarmante: incluso cuando los videos fueron editados para manipular el contexto, la gente seguía interpretando la situación según sus propias suposiciones, ignorando por completo las señales del perro.
Tenemos un punto ciego enorme
Según el experto en comportamiento canino Clive Wynne, coautor del estudio, la mayoría de nosotros tiene un «gran punto ciego» cuando se trata de leer las emociones de nuestros perros. Creemos que los conocemos, pero en realidad estamos proyectando nuestras propias ideas y emociones en ellos.
¿Cuántas veces hemos asumido que un perro está sonriendo porque muestra los dientes? ¿O que está feliz porque mueve la cola? La realidad es más compleja. Un perro puede mover la cola por ansiedad, puede lamerse los labios por miedo, y puede quedarse quieto no porque sea obediente, sino porque está paralizado de estrés.
La ilusión de la comprensión
Tomás, al leer sobre el estudio, se obsesionó con observar a Max de otra manera. En lugar de ver lo que quería ver, comenzó a analizar las señales de su perro sin asumir nada. Se dio cuenta de que Max no siempre estaba emocionado cuando él pensaba que lo estaba. A veces, su lenguaje corporal indicaba incomodidad, miedo o incluso sumisión.
Lo mismo nos pasa a todos. Nos confiamos en la idea de que entendemos a nuestros perros, cuando en realidad los miramos a través del filtro de nuestras propias experiencias humanas.
¿Qué podemos hacer?
Molinaro recomienda algo simple pero poderoso: detenernos y observar. No asumir. No proyectar. No interpretar a través de nuestro propio marco emocional. Tomarnos unos segundos para ver realmente a nuestro perro.
Asumir que sabemos lo que siente puede ser cómodo, pero también peligroso. Si realmente amamos a nuestros perros, lo menos que podemos hacer es aprender a escuchar lo que están tratando de decirnos.
Porque, tal vez, todo este tiempo, no hemos estado viendo a nuestros perros.
Solo nos hemos estado viendo a nosotros mismos.
Autor: X Mae
Fuente: NYT
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