La habitación estaba fría, de mármol, y olía a hierro. El joven noble, hijo de un comandante romano, apenas podía respirar. No solo porque estaba a punto de ser abierto como un cordero en un festín, sino porque su abdomen protuberante, fruto de banquetes interminables y exceso de vino, se había convertido en su mayor obstáculo. No cabía en la armadura, y mucho menos en el ejército. ¿Su solución? Una cirugía que hoy llamaríamos liposucción. Sí, los romanos ya lo hacían, hace más de 2.000 años.
¿Quién era este joven? Uno de los muchos hijos de familias acaudaladas que vivían en un mundo de exceso, donde el peso no solo era un tema de estética, sino de funcionalidad. Si querías servir al Imperio –o simplemente no morir de vergüenza en las orgías–, la grasa sobrante debía desaparecer. Así, en aquella Roma opulenta, nació lo que ahora asociamos con clínicas de lujo: la cirugía estética.
De cestas de grasa a la era de Instagram
Pero el joven romano no es tan distinto de nosotros. Cambia el mármol por quirófanos asépticos, las cestas de grasa por un contenedor quirúrgico, y obtendrás lo mismo: una sociedad obsesionada con la apariencia. Durante la pandemia del COVID-19, mientras el mundo se encerraba, el espejo de nuestras inseguridades se encendió con un nuevo brillo: las videollamadas de Zoom. El fenómeno fue tan grande que lo bautizamos como el «Zoom Boom»: un auge en las cirugías estéticas provocado por la necesidad de arreglar lo que las cámaras nos devolvían con brutal honestidad.
¿Por qué somos así? Porque siempre hemos sido así. Desde el Edwin Smith Papyrus egipcio en el 1600 a.C., donde se documentaban reparaciones nasales, hasta las técnicas indias del 800 a.C. para reconstruir narices cortadas como castigo por adulterio, el bisturí ha sido un espejo de nuestros complejos. Y aunque los métodos han evolucionado, las motivaciones no han cambiado tanto: lucir mejor, sentirnos aceptados, ganar una ventaja –social, política, sexual o militar.
El precio de la vanidad
Volvamos a la Roma de Aulus Cornelius Celsus, un pionero en cirugía plástica. Sin anestesia, sin antibióticos, las operaciones eran un acto de fe. Un funcionario romano, según narra el Talmud, fue sedado con una poción antes de que le abrieran el vientre en una sala de mármol. ¿El resultado? «Cestas llenas de grasa». Su problema no era solo estético; su barriga le impedía disfrutar del sexo. Un sacrificio quirúrgico en nombre de la funcionalidad.
Pero estas operaciones no estaban al alcance de todos. Eran privilegio de los ricos, una realidad que persiste hasta hoy. ¿Cuántas personas pueden permitirse una rinoplastia, un aumento de senos o las nuevas y absurdas cirugías para ganar 15 centímetros de altura? La vanidad siempre ha tenido un precio alto, y no todos pueden pagarlo.
¿Avance o espejismo?
Mientras leemos sobre estos procedimientos, podríamos sentirnos superiores. “Qué primitivos”, podríamos pensar. Pero, ¿qué tan diferentes somos? Los romanos tenían sus mármoles y banquetes; nosotros tenemos selfies, filtros de Instagram y estándares de belleza que cambian más rápido que las actualizaciones de tu smartphone. Los “incel” se operan para parecer más masculinos y “ligar más”. Los influencers promueven narices imposibles y cuerpos esculpidos con bisturí. Y nosotros, ¿seguimos eligiendo someter nuestro cuerpo a una carrera interminable contra nuestras inseguridades?
¿Hasta dónde llegaremos? Los romanos no tenían cámaras, pero tenían espejos de bronce que les devolvían una imagen imperfecta. Nosotros tenemos una pantalla que amplifica nuestras inseguridades en HD. La pregunta no es si seguiremos haciéndolo; la pregunta es por qué no podemos detenernos.
¿Qué nos dice esto sobre nosotros mismos?
Cierra los ojos y visualiza esas cestas de grasa extraídas hace 2.000 años. Ahora abre los ojos y mira los cuerpos perfectos que ves en redes sociales. ¿Qué tienen en común? Son monumentos a nuestra obsesión por alcanzar un ideal que, quizá, ni siquiera existe. La pregunta final es: ¿Estamos realmente mejorando o simplemente seguimos huyendo de nosotros mismos?
Porque al final del día, ya sea en Roma, India, Egipto o el quirófano de tu ciudad, la cirugía estética no arregla nuestras inseguridades, solo las adorna con una capa de mármol.
Autor: X Mae
Fuente: Xataka
Imagen destacada: DALL-E