Hace unos meses, me encontré con un adolescente en una cafetería, absorto frente a una pantalla. En su laptop, un documento blanco con símbolos y etiquetas organizadas de manera precisa: HTML. Me acerqué por pura curiosidad y le pregunté qué estaba haciendo. «Nada complicado», dijo con humildad. «No soy programador, solo estoy aprendiendo un poco de código para hacer una página web». ¿No eres programador? Aquella frase me hizo ruido, porque contenía una afirmación tan común como errada: que escribir HTML no es programar.
En este punto, quédate conmigo, porque lo que voy a decir puede incomodarte. Si alguna vez has pensado que HTML es solo «marcación» y no «código real», probablemente has caído en la trampa de menospreciar uno de los lenguajes más transformadores de la historia.
Qué es HTML y por qué lo subestimamos.
HTML (HyperText Markup Language) no tiene loops complicados, no es Turing-completo y no necesita que memorices estructuras de datos avanzadas. Pero aquí está el truco: su simplicidad es su poder. Es el lenguaje que ha construido el armazón de todo lo que ves en internet. Desde las páginas de recetas hasta los portales financieros, HTML está presente, traduciendo ideas a estructuras comprensibles para humanos y máquinas. Pero debido a su aparente «facilidad», la comunidad técnica lo ha relegado a un lugar de inferioridad, como si la democracia de su acceso fuese también su talón de Aquiles.
La verdad es que HTML es más que un lenguaje de marcación. Es una herramienta conversacional que puede transformarse dependiendo del contexto. Su flexibilidad permite que un mismo código se vea diferente en un navegador de escritorio, una app móvil o un lector de pantalla para personas con discapacidad visual. No hay «una» manera correcta de interpretarlo; y, precisamente por eso, HTML trasciende las definiciones tradicionales de lo que «programar» significa. Es un lenguaje vivo, adaptativo y profundamente humano.
La belleza de lo «roto».
En los años 90, cuando la web todavía era un territorio salvaje, conocí a alguien que me enseñó a escribir mis primeras líneas de HTML. El concepto era simple: abrir y cerrar etiquetas para estructurar contenido. Pero lo que realmente me atrapó fue lo que sucedía cuando algo «fallaba». Una etiqueta sin cerrar podía desencadenar un caos visual, pero aún así el navegador trataba de interpretar lo que habías querido decir. No te daba un mensaje de error; te daba una interpretación. Y esa tolerancia a los errores me enseñó algo más profundo sobre los lenguajes: no se trata solo de instrucciones. Se trata de conversación, de adaptación, de resiliencia.
Un ejemplo clásico de esto es el famoso «Embroidery Troubleshooting Guide». Este sitio, ya desaparecido salvo por el Internet Archive, es un monumento al caos bello del HTML mal formado. El texto crece de forma exponencial, alineado al centro, como si la página estuviera viva, tratando de escapar de las estructuras que deberían contenerla. Es arte accidental, un recordatorio de que incluso los «errores» pueden tener su propia narrativa.
HTML como lenguaje universal.
Hoy en día, vivimos rodeados de lenguajes de programación que buscan automatizar la generación de más y más HTML. Frameworks complejos, librerías dinámicas y herramientas como React o Angular terminan produciendo, al final del día, código HTML que un navegador pueda entender. Es como si toda la maquinaria sofisticada de la tecnología moderna estuviera al servicio de este lenguaje fundamental. Porque, lo quieras o no, todo vuelve a HTML.
Por qué importa esta discusión.
Cuando decimos que «HTML no es programación», perpetuamos una jerarquía artificial dentro del mundo de la tecnología. Una jerarquía que separa a los «verdaderos programadores» de quienes simplemente «escriben para la web». Pero esta división ignora una realidad crucial: HTML ha democratizado la creación digital. Su accesibilidad ha permitido que millones de personas alrededor del mundo participen en la construcción del internet, sin necesidad de costosos cursos o títulos académicos.
Quizás sea hora de replantearnos qué significa ser programador. Si programar es darle instrucciones a una máquina para que haga algo que imaginamos, entonces sí, escribir HTML es programar. Y lo mejor de todo: cualquiera puede hacerlo. Eso no lo hace menos poderoso; al contrario, lo hace revolucionario.
Así que adelante, pelea conmigo.
Llama a HTML «sólo marcación» si quieres. Pero la próxima vez que abras una página web, recuerda que está construida con el lenguaje que ha transformado cómo nos conectamos, aprendemos y nos expresamos en el mundo digital. Un lenguaje que no necesita loops ni variables para cambiar la historia.
Y quizás, al igual que aquel adolescente en la cafetería, también tú termines creando algo extraordinario con unas cuantas etiquetas y mucho ingenio.
Editor: X Mae
Fuente: Wired