116 años después, ¿qué dejamos atrás?

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Tomiko Itooka vivió 116 años. Más de un siglo de amaneceres, inviernos y primaveras. Nacida en una época donde el teléfono era un lujo y los coches a motor apenas un sueño, su vida abarcó guerras mundiales, avances científicos inimaginables, pandemias y la llegada de la inteligencia artificial. El 23 de mayo de 2024, celebró su último cumpleaños en Ashiya, una tranquila ciudad en la prefectura de Hyogo, Japón. Esta semana, Tomiko murió en el mismo asilo donde pasó sus últimos años.

Los titulares resaltan lo extraordinario de su longevidad. “La persona más longeva del mundo fallece a los 116 años”. Pero, ¿qué significa realmente vivir tanto tiempo?

El alcalde de Ashiya, Ryosuke Takashima, de apenas 27 años, dijo en su declaración que la vida de Tomiko «nos dio coraje y esperanza». Pero más allá del simbolismo, vale la pena preguntarnos: ¿coraje para qué? ¿Esperanza de qué?

A los 116 años, Tomiko ya no tenía más recuerdos nuevos por hacer, más lugares por descubrir, ni siquiera más historias por compartir. Las últimas décadas de su vida transcurrieron en la monotonía de una residencia geriátrica, rodeada de cuidadores que probablemente nacieron cuando ella ya era anciana. ¿Es esta la vida que glorificamos como símbolo de esperanza?

Mientras la sociedad celebra récords de longevidad, evitamos hablar de lo esencial: el significado de esos años. ¿Qué hacemos para garantizar que esas vidas extraordinariamente largas sean también extraordinariamente plenas? ¿Qué responsabilidad tenemos como sociedad para que el envejecimiento no sea sinónimo de olvido o aislamiento?

Tomiko sobrevivió a pandemias, terremotos y al cambio climático. Pero lo que no sobrevivió —y que quizá ninguno de nosotros sobreviva— es al tiempo: esa fuerza invisible que mide nuestra existencia, que nos reduce a una cifra, que a veces nos convierte en una curiosidad más que en una historia.

Y aquí está lo incómodo: celebramos a Tomiko porque su longevidad nos hace sentir que hemos «vencido» algo. A la naturaleza, quizá. A la mortalidad. Pero, ¿hemos vencido realmente algo si nuestras vidas se alargan mientras nuestras conexiones se erosionan? ¿De qué sirve vivir 116 años si no estamos construyendo un mundo donde todos esos años valgan?

Tomiko Itooka no era solo un récord. Fue un testimonio vivo de lo que el ser humano puede soportar y superar. Pero su muerte nos obliga a reflexionar: ¿estamos invirtiendo en vidas largas o en vidas significativas?

El reloj sigue avanzando. La pregunta no es cuántos años vivimos, sino cómo los vivimos. ¿Y tú? ¿Qué estás dejando atrás?

Autor: X Mae.

Fuente: BBC

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