¿Qué tan caro estás dispuesto a pagar por tu tiempo? Esta es la pregunta que Isamu y María, dos empleados separados por más de 10,000 kilómetros, se harían si pudieran cruzar sus realidades. Isamu, un programador japonés de 32 años, acaba de recibir la noticia que cambiará su vida: su empresa implementará una semana laboral de cuatro días. Mientras tanto, en Costa Rica, María, madre de dos hijos y operaria en una fábrica, teme por el impacto del nuevo proyecto de ley que propone jornadas excepcionales de 12 horas diarias.
¿Quiénes son los protagonistas de esta historia?
Isamu vive en Tokio, donde la tradición de jornadas maratónicas ha llevado a un término que hiela la sangre: karoshi (muerte por exceso de trabajo). Japón, conocido por su implacable ética laboral, está cambiando su enfoque. Tras la pandemia, las oficinas de Tokio, antes abarrotadas cinco días a la semana, han comenzado a vaciarse. Ahora, menos del 50% de los empleados trabaja presencialmente toda la semana. Las empresas están experimentando con modelos híbridos y reducción de horas, buscando frenar el desgaste mental y físico de sus empleados.
María, en cambio, trabaja en Alajuela, Costa Rica. Hace malabares entre largas jornadas, el cuidado de sus hijos y el deseo de estudiar algún día. Para ella, la propuesta de jornadas excepcionales no promete más libertad, sino más cadenas: jornadas de 12 horas que dejan poco tiempo para los sueños.
¿Qué está pasando y por qué?
En Japón, los problemas de productividad y bienestar han alcanzado un punto crítico. Con una tasa de natalidad en declive y un creciente número de trabajadores jóvenes que rechazan las viejas normas, el gobierno y las empresas han entendido algo esencial: trabajar más no es sinónimo de trabajar mejor. Las grandes corporaciones, como Toyota, reconocen que reducir las horas puede mejorar tanto la productividad como la vida de sus empleados.
Mientras tanto, en Costa Rica, el proyecto de ley de jornadas excepcionales parece ignorar las lecciones del mundo laboral global. Si bien los defensores del proyecto aseguran que se trata de una medida necesaria para «aumentar la competitividad», los críticos —como la UNED— advierten que podría ser un golpe letal para la calidad de vida, sobre todo de las mujeres, quienes ya cargan con la mayor parte del trabajo no remunerado en sus hogares.
¿Cómo se conectan estas realidades?
En Tokio, el cambio de modelo laboral es un intento por reconectar con lo humano: permitir a los trabajadores disfrutar de su tiempo libre, construir familias y mejorar su bienestar. En contraste, la realidad de María refleja un retroceso que ignora los derechos básicos de los trabajadores, poniendo en peligro su salud y equilibrio emocional.
¿Cuándo dejamos de preguntar por qué trabajamos?
Es fácil romantizar el sacrificio laboral: frases como «el que se esfuerza, triunfa» se nos graban desde la infancia. Pero mientras Isamu se pregunta si finalmente podrá aprender a cocinar o viajar con su familia, María se enfrenta al riesgo de pasar menos tiempo con sus hijos y ver su salud deteriorarse.
Japón, un país que ha idolatrado la cultura del esfuerzo, ha decidido dar un paso atrás para recuperar la humanidad. Costa Rica, reconocida por su enfoque en la felicidad y el bienestar, parece estar girando en la dirección opuesta.
¿Qué sigue para ti?
El contraste entre estas dos historias no es solo una cuestión de geografía o políticas laborales. Es un espejo para todos nosotros, sin importar dónde vivamos. ¿Estamos siendo dueños de nuestro tiempo o esclavos de un reloj que nunca se detiene?
Al final, la pregunta más incómoda no es cuánto tiempo pasamos trabajando, sino a qué hemos renunciado por ello. ¿Es el sacrificio realmente inevitable o solo una excusa para perpetuar un sistema que beneficia a unos pocos?
Mientras Japón reinventa el trabajo para salvar su futuro, países como Costa Rica deben decidir si vale la pena hipotecar el presente. La verdadera riqueza no está en las horas que vendemos, sino en los momentos que no tienen precio.
Autor: X Mae
Fuente: Xataka